La primera Plaza de Toros

 

Ángel Lizcano Monedero (Museo Taurino)

Hasta el siglo XVIII la lidia de toros y otros animales se llevaba a cabo en sitios singulares y variados. Pero a partir de entonces, se empezaron a celebrar en edificios exclusivos para ello.

En un principio, las plazas de toros eran cuadradas y solían usarse las plazas mayores de los pueblos. La de Aranjuez, por tanto, fue una de las primeras plazas redondas de obra en España.

Carlos III concedió permiso para su construcción en junio de 1760 (a pesar de no gustarle mucho tal espectáculo), y permitió celebrar 4 corridas anuales durante 12 años.

La primera idea fue hacerla en la Calle de Toledo, pero esta idea se desechó. Finalmente, se situó un poco más al norte de la actual. Concretamente en la manzana comprendida entre las calles Almíbar, Rosa, Calandria y Stuart.

La construcción fue muy rápida (apenas un año).

Domingo de Aguirre, 1775

Estaba hecha principalmente de ladrillo y el interior de madera (así era más barata). Su ruedo tenía casi 48 m de diámetro. Había dos filas de palcos, con 102 de ellos cada una. Tenía una capacidad de 6.000 espectadores. Se inauguró el 25 de abril de 1761.

Allí se celebraron corridas como la del 19 de junio de 1772, cuando se lidiaron 13 toros. Lo normal era que los festejos durasen casi todo el día y pasaran por el ruedo más de 10 animales.

La jornada se dividía en sesiones de mañana (a partir de las diez y media) y de tarde (desde las cinco).

El ganado que se iba a lidiar en la mañana se exponía para que pudiera verse durante la tarde anterior.

Dentro del espectáculo había un poco de todo: especialistas en “picar de vara”, toreo a pie, toros embolados, reses para los espectadores, etc. Los reyes no acudían a los festejos.

La de Aranjuez era junto con la de Madrid (Puerta de Alcalá), Sevilla, y Granada, las únicas de esta clase que entonces había en España.

Con el paso de los años, Carlos III prohíbe los festejos taurinos de muerte (1785). Sólo permite a los empresarios dar novilladas, sin uso de vara larga ni banderillas. Además, también se prohíbe al público bajar a la arena a burlar a los animales.

Todo quedó reducido a una especie de capea. La plaza cayó en desuso, y en pocos años se redujo a escombros y ruinas. Fue ordenada derribar en 1760.

1806, Jean Lubin Vauzelle (dib). Robert Daudet (grab)

Años después (1796), Carlos IV promovió una nueva plaza alejada del entorno palaciego. Se trata de la actual plaza bicentenaria, situada al final de la C/. del Almíbar. Para su construcción se usaron más de 1 millón de ladrillos…

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